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Sandra Ortiz: Tejedora del liderazgo responsable

Es mujer, mexicana y migrante. También es la representante de la Fundación BMW para Latinoamérica. Desde Alemania, compartió su historia de coraje, talento y compromiso.
Sandra Ortiz corazón tejido en un tronco de árbol.

A medida que transcurre un diálogo con Sandra Ortiz Díaz, el interlocutor va sintiendo como si estuviera frente a una muñeca rusa, una matrioshka, con diversos rostros y niveles de profundidad. El primer semblante es el de la representante de la Fundación BMW para Latinoamérica y quien desde 2012 ha cocreado una valiosa comunidad de Líderes Responsables (Responsible Leaders Network) que suma más del centenar de miembros. Si se continúa escuchando, se descubre a una profesional con manejo de siete idiomas, incluido la lengua de señas; un máster en Gerencia Cultural y de Medios, y seis años de experiencia en la gestión de un proyecto artístico mundialmente reconocido.

Entonces, el oyente comienza a encasillarla en el perfil de la brillante funcionaria, con acceso a múltiples oportunidades, y es ahí cuando surge otra “muñeca”: con un relato de orígenes humildes y un viaje desde su natal México a Alemania a los 18 años, para trabajar como niñera. Aparece una figura más compleja, que refleja esta vez la vida de una migrante latina y el coraje de una mujer para forjarse destinos en áridos contextos. Un tono melancólico está a punto de teñir la conversación, parece revelarse la cara final. Pero surge la carcajada o el refrán que alivianan las cargas.

Su determinación, dinamismo y talento han sido las cualidades para hacerse un lugar en la cultura laboral alemana. Su sencillez, humor y humildad han sido las llaves para conectar desde la autenticidad con decenas de líderes en Latinoamérica. Su ética, compromiso social y capacidad de escuchar han sido brújulas para jugar un rol estratégico para hacer la diferencia en el ámbito de la cooperación internacional.

En esta entrevista con Hojas de Inspiración, Sandra Ortiz revela su sentido de realidad y compromiso con Latinoamérica. También comparte su conexión con grandes iniciativas como Sistema B y su participación en la cita global Encuentro +B, que se llevará a cabo en septiembre en Mendoza, Argentina.

Ishwara: ¿Cómo era tu vida en México y cuáles fueron los motivos que te llevaron a emprender tu viaje hacia Alemania?

Sandra Ortiz: Nací en Ciudad de México, pero en los suburbios. Mis papás hicieron un gran sacrificio enorme enviarme a una escuela privada, pero nunca sentí que encajara. Mi padre viene de una familia humilde e hizo un gran sacrificio porque quería que aprendiéramos inglés. Él vendía globos en la calle desde los cinco años y quiso darnos lo mejor. Mi madre siempre fue ama de casa. Mi hermano y yo tuvimos una niñez espectacular y cuando llegó el momento de decidir qué iba a estudiar, tomé la decisión más importante de mi vida sin darme cuenta. No sabía qué quería y apareció la oportunidad de irme de niñera a un lugar en Europa. Sin pensarlo apliqué y me llamaron. Hablé con mis papas y pensé que si bien no sabía qué estudiar, al menos iba a descubrir el mundo.

Me ponía a cantar en la puerta para atraer gente y veía el mundo con ojos de aventura.

¿Cómo fue la llegada a Alemania y de qué forma cambió tu visión inicial del viaje?

Dejé mi país y viajé a donde una familia en el norte de Alemania, cerca de Hamburgo. Al llegar, la señora me tenía una montaña de ropa para planchar. Entonces comencé a vivir dificultades, porque en la familia esperaban a una persona de limpieza. Estaba sola, acababa de cumplir 18 años y era una niña en muchos aspectos. Por suerte, conocí personas que me ayudaron y comencé a vivir una aventura. Por ejemplo, recuerdo que compré un coche, pero no sabía que debía pagar muchos impuestos. No tenía dinero y por ello comencé a pedir trabajo en restaurantes.

Conseguí trabajo en un restaurante mexicano, que lo único de mexicano que tenía era la cerveza y yo (risas). Me ponía a cantar en la puerta para atraer gente y veía el mundo con ojos de aventura. Estas mismas personas me ofrecieron un cuartito y me ayudaron. Así aplique a la universidad aunque no sabía qué estudiar. Yo sólo quería ser feliz y recordaba las palabras de mi papá: “Si tú quieres ser barrendero, sé barrendero, pero el más feliz y el mejor del mundo”. Me gustaba la farándula y el espectáculo, pero a la vez quería ayudar a hacer un cambio. Entonces comencé a estudiar “Terapias Artísticas, por medio del arte dramático”. Para mi familia saber que iba a quedarme a estudiar fue una noticia difícil, pero para mí era una oportunidad que no quería perder. Fueron tiempos duros, no sé de donde sacaba la fuerza, pues llegué a trabajar en cuatro restaurantes al mismo tiempo.

Durante este tiempo de estudio, conociste Dialogue in the Dark. ¿Cómo llegas a hacer parte de este proyecto y qué capítulo de tu vida ocupa esta experiencia artística?

Mientras estudiaba, sin encontrar realmente pasión en la carrera, asistí a Dialogue in the Dark (Diálogo en la Oscuridad), una exposición artística donde una persona ciega te guía en un recorrido a oscuras durante una hora y media. Es una inmersión, donde establecen un diálogo contigo y es una oportunidad para tener un contacto cercano con estas personas. La experiencia me encantó y dije: “Quiero trabajar ahí”. Fui varias veces hasta que un día me ofrecieron trabajar en el guardarropa. Debía ir tres veces por semana, cuatro horas por turno y no recibía pago, pero yo pensaba que me había ganado la lotería (risas).

Y sí, me gané la lotería, pues después de cinco días de trabajar en el guardarropa, me pasaron a la cafetería. Allí llegó un señor con un grupo de asiáticos. Me pidieron cafés. Yo había trabajado por años en gastronomía y entonces sabía hacer caras y corazones. Cuando llevé la orden, se sorprendieron y el hombre me preguntó quién era y de dónde. Al contarle que era de México, el hombre me dijo que iban a abrir una exposición en el Palacio de las Bellas Artes de Ciudad de México. Entonces me dijo: “Te quiero mañana, a las 9 de la mañana, en mi oficina”. Me sentí en un remolino. “¿Quién era ese hombre?”, pregunté a mis colegas, y me dijeron: “Es Andreas Heinecke, el creador de la exposición”. Y yo pensé: “De lavador de platos a millonaria” (risas).

Sandra Ortiz mexicana a BMW.

¿Qué ocurrió después de aquel día y cuál fue tu experiencia como parte de Dialogue in the Dark?

Dialogue in the Dark me cambió la vida. Al otro día de ese encuentro fui a la oficina de Andreas y me convertí en su asistente para el proyecto en México. Fue hermoso volver a mi país, al Palacio de Bellas Artes y con una experiencia que yo amaba, con “una máquina de hacer personas diferentes”. Luego de esta muestra, terminé la prelicenciatura en la Universidad y abandoné mis estudios para dedicarme de lleno a este proyecto. Durante seis años, monté once exhibiciones en distintos países, aprendí diversos idiomas (incluida la lengua de señas) y tuve la oportunidad de trabajar con personas ciegas o sordas. Siempre fue maravilloso estar con ellos, entablar amistades verdaderas y gracias a ellos darme cuenta de aspectos esenciales de la vida. Durante este tiempo me convertí en una trotamundos. Me enviaban a una ciudad por diez días y en ocasiones llegaba a quedarme hasta nueve meses. Este proyecto era mi vida, pero a los veintinueve años me di cuenta de que quería cambiar.

Este trabajo me regresó a América Latina, regresó mi corazón al sentimiento profundo de latinoamericana.

Después de un proyecto tan apasionante, ¿cómo comienzas de nuevo y qué estrategias empleas para volver a despertar la inspiración?

Cuando salí de Dialogue in the Dark fue un tiempo desafiante, porque no conseguía trabajo. Durante seis años hablé con personas influyentes, pero al regresar a Alemania, sin trabajo, volví a ser un migrante no deseado. Regresé a trabajar de ser mesera y a limpiar casas. En ese momento, conocí a mi actual esposo. Él me motivaba y me decía: “Tienes que hacer diez entrevistas por semana. Para entrenar, haz de ello un juego”. Como no tenía otra alternativa lo hice, pero estaba convencida de que ya había tenido el trabajo más apasionante.

Un día, mientras me encontraba en México, me llegó un email de la Fundación BMW. Al regresar a Alemania me di cuenta de que se trataba de una entrevista de trabajo y tenían mi currículum. La verdad es que al ser aceptada ingresé generalizando los prejuicios de las fundaciones corporativas. Sin embargo, el equipo me gustó, me recibieron con mucho cariño y sentí un gran compromiso. Así, poco a poco, fue cambiando mi visión de las fundaciones corporativas. Después descubrí que había roto todas las reglas, saludaba a todos con un abrazo y los trataba de “tú”, mientras que aquí el trato es de “usted” y se saluda con la mano (risas).

Aunque existen algunas dinámicas propias de la cultura, desde el comienzo decidí que iba a ser quien soy. No me iba a poner una máscara porque eso me iba a doler más. Al comienzo pensé que me iba a quedar ocho meses y llevo siete años. Este trabajo me regresó a América Latina, regresó mi corazón al sentimiento profundo de latinoamericana. La Fundación BMW teje, crea y apoya ecosistemas. Cree en el liderazgo responsable y en los individuos. Ella me permite tener contacto con personas e iniciativas maravillosas.

Usaste la metáfora del tejido, ¿cómo se manifestaba el entramado cuando llegaste a la Fundación y qué otras oportunidades has ido urdiendo?

Cuando llegué a la Fundación BMW encontré buenas intenciones, pero no pude identificar un buen foco. A mí me impresionaban los recursos, no sólo financieros, sino humanos e institucionales. Había muchísimo potencial. Al comienzo me pidieron hacer un análisis sobre la red de responsabilidad que en ese tiempo se llamaba Young Leaders (Jóvenes Líderes). Había mucha libertad y confianza. Entré como Proyect Manager of Social Innovation (Gerente de Proyecto de Innovación Social) y después de seis meses uno de los directores me dijo que si quería organizar la fundación en América Latina. Expresé lo que eso significaba y le pregunté si me daba libertad. Me dijo que sí, pero eso implicaba comenzar por Brasil.

Me pareció perfecto. Yo había vivido en Brasil y la idea mía era primero escuchar, no llegar como Cristóbal Colón, “calladitos nos vemos más bonitos” (risas). Mi intención era tratar de sentir cuál era el valor que íbamos a traer, pues no queríamos llegar con algo hecho desde Europa. Permanecí más de dos años en el país y me di cuenta de que paralelamente la Fundación estaba puliendo la estrategia. La verdad es que tuve suerte, porque lo que ellos estaban ambicionando y diseñando era lo que yo estaba haciendo en la práctica. El corazón de la Fundación es esta red de Liderazgo Responsable (Responsible Leadership).

¿Qué oportunidades y desafíos han surgido de esta idea de red acompañada desde una Fundación europea?

Una red es algo que usas, pero luego te separas. Desde el comienzo me intrigó cómo crear una comunidad. Me interesaba más cocrear espacios de autocuidado, donde existiera una confianza profunda y a donde las personas se acercaran no sólo para obtener beneficios. Algunos venían por eso y yo lo entendía porque estuve del otro lado, pidiendo dinero y vendiendo proyectos. Mi misión fue crear un proyecto que no estuviera basado en lo que la Fundación te fuera a dar.

Esa tarea la fui puliendo hasta el 2015 y ese año miembros de la Fundación vinieron desde Alemania a visitarme en Brasil. Ellos vieron que había una comunidad, pequeña pero con alianzas fuertes, no vinculada con el dinero. Ellos quedaron interesados y quisieron saber cómo podían llevar la iniciativa a otros lugares del mundo. Durante 2017, estuve sistematizando el proceso para llevarlo a más comunidades.

Me considero una intraemprendedora, una persona dentro de una organización que actúa como un emprendedor social, pero uso mi posición como un vehículo para hacer las cosas que siento pueden hacer un cambio.

Esta experiencia de construcción de comunidades seguro ha cuestionado liderazgos jerárquicos y formas habituales de cooperación internacional. ¿Cómo has experimentado estos desafíos desde cuatro invaluables características: 1. como mujer; 2. como latinoamericana; 3. como mexicana, y 4. desde la mirada sensible que te dio la experiencia de Dialogue in the Dark?

Ha habido y sigue habiendo mucho escepticismo. Se preguntan, ¿cómo es que ese modelo funciona en Latinoamérica y en Europa no va a funcionar? Por otro lado, para algunos sigo siendo la mujer del país pobre, pero yo no me veo así: pienso que América Latina ahora se está comenzando a encontrar, a hacer sociedades, a saber que es un súper poder. Cada vez está tomando más potencia en el mundo el tema de ser un ser que siente, el querer alimentar cada vez más el espíritu. América latina tiene esa fuerza especial.

Me considero una intraemprendedora, una persona dentro de una organización que actúa como un emprendedor social, pero uso mi posición como un vehículo para hacer las cosas que siento pueden hacer un cambio. Pero es difícil vender cosas del sur al norte. Es decir, si dices “vamos a bailar”, ahí sí los latinos son buenos. Pero si quieres algo más, un ejemplo de creación de comunidad o sistemas estratégicos, existe una estigmatización. Sin embargo, a mí más gusto me da y más ganas me da de vendérselos.

No entiendo el liderazgo como “quién es el jefe”. Si bien la Fundación es una organización con estructura alemana; yo la acojo, la veo, la manejo y me concentro en lo positivo, para sacar lo mejor de mí y ver cómo puedo aportar.

En septiembre, se celebrará en Mendoza (Argentina) el Encuentro global B, una iniciativa latinoamericana liderada por Sistema B que busca acoger al Movimiento mundial B (B Corp) con tono latinoamericano. ¿Cuál es el papel de BMW Foundation en este Encuentro y especialmente la relación con Guillermo Navarro, uno de los organizadores del Encuentro en Mendoza?

Nosotros apoyamos a Sistema B desde el 2013 y los Encuentros los acompañamos desde el 2017. Entonces era natural que apoyáramos al Encuentro+B en Mendoza. A Guillermo Navarro lo conozco por Mendoza+B. Lo conocí en persona hace dos años en el Encuentro+B de Sao Pablo, donde yo estaba en el consejo de curaduría. Me impresionó la visión de Guillermo y lo admiro. Él busca sacar a este movimiento de la élite e integrarlo con otros mundos. Admiré muchísimo su trabajo en Mendoza y también estuve en la curaduría del proyecto Río+B mientras vivía en Brasil. Entonces hay muchas conexiones naturales, proyectos que estamos acompañando y una simpatía humana increíble.

Admiro a Guillermo por su coraje y por querer cambiar las cosas desde otro lugar. Fue un intraemprendedor durante su periodo como Director de Innovación y logró mucho desde el Gobierno. Vio esa oportunidad como un vehículo y nunca como una carrera política; era el lugar donde estaba en ese momento y donde podía hacer cambios. El año pasado lo invité a un encuentro de la Fundación BMW en Francia. Recuerdo que llegó con una mirada crítica y yo le dije: “Dame un poco de tiempo para que veas que estamos intentando hacer algo que sea transformacional”. Al parecer le interesaron los elementos que intentamos traer y vio su relevancia. Por eso ha estado interesado en un continuo intercambio para la creación del Encuentro+B de Mendoza.

Fotos: Cortesía Fundación BMW y Sandra Ortiz / Portada: Will O (Unsplash). 

Director de Hojas de Inspiración. Director de Proyectos de la Fundación <a…

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