Alto Perú: Olas, infancia y confianza

Nenas jugando en la playa de Perú con tablas de windsurf.

Tenemos la capacidad de “impregnar” los espacios, significarlos y habitarlos. Pero como si se tratara de un pacto, ellos a su vez nos transforman y pueden ser contenedores de Vida. Configuramos los lugares con presencias-ausencias, tránsitos-abandonos, lenguajes-ruidos, acciones-inercias o cocreación-egoísmo. Diego Villarán descubrió pronto estos flujos. 

Nació en el Distrito de Chorrillos, Lima (Perú), específicamente en la frontera con el Barrio Alto Perú. Este sector fue habitado en sus orígenes por pescadores. Luego se transformó en el balneario de la capital y en una exclusiva zona de vivienda para dignatarios. A finales del siglo XIX, durante la guerra del Pacífico, fue epicentro de batallas. En 1974, Lima sufrió un terremoto de una magnitud de 7.7 grados y gran parte de las construcciones de esta zona fueron destruidas. En los 80, este territorio ya era considerado zona roja y la delicuencia actuaba a sus anchas. Los 90 trajeron más acción policial, pero las divisiones sociales y el acceso dispar de oportunidades configuraron su “rostro”. Hoy, a un lado se observan exclusivas torres de departamentos cercanas a casas construidas de forma artesanal.

Este fue lugar donde Diego comenzó a habitar. Por una parte, tuvo el privilegio de asistir a una escuela alejada del barrio y sus padres contaban con un trabajo que permitía satisfacer las necesidades básicas. Por otra, fue testigo de la la lucha diaria de sus vecinos y poco a poco se fue conmoviendo con su generosidad.

Sin ser plenamente consciente, Diego sentía las tensiones entre oportunidades y carencias. Estas divisiones internas sumadas a una pasión por la naturaleza lo llevaron hacia el “frente”; en este caso, hacia el Pacífico. Como afirma con precisión: “El surf fue mi terapia”. El movimiento, la libertad y la amistad se convirtieron en su refugio. 

En el 2008, surgió la idea de compartir este solaz que había encontrado en el mar con jóvenes en situación de vulnerabilidad. Vio entonces cómo el deporte despertaba los mismos efectos que había experimentado y se encendió su esperanza de “salvar” a estos coetáneos de la violencia y la adicción. Pero los poderes de la droga, las mafias y la ausencia de oportunidades alejaron a sus compañeros del mar. Sintió que el tiempo se había perdido; no obstante, sus motivaciones se fortalecieron cuando los hermanos menores de esos primeros chicos comenzaron a buscarlo. Sin saberlo, la semilla que plantó en los adolescentes crecía en silencio en el corazón de los niños.

Han pasado doce años desde esas primeras salidas con los chicos del barrio. En la actualidad, el nombre “Alto Perú” se ha resignificado y más allá de los estigmas del territorio, en la actualidad se asocia con un proyecto generador de futuro. Más de un centenar de niñas y niños hacen parte de los programas de surf, muai-thai (arte marcial tailandés) o renovación urbana. El enfoque de alto rendimiento y la disciplina de los jóvenes han coronado a campeones nacionales e internacionales de tabla. Desde 2013, la Fundación comenzó el entrenamiento en el arte marcial de Tailandia, y en el 2018, Álex Chávez, con sólo 17 años, se coronó Campeón Mundial en Cancún en la categoría libre.

Al énfasis deportivo, se sumó el “Urbanismo Comunitario”. Diego, su socio Matías Ballón (actual Director Ejecutivo), una decena de profesionales y asesores internacionales han comenzado a renovar espacios públicos de los barrios, consolidándolos como espacios de encuentro, esparcimiento y paz. Han elaborado con la comunidad murales, un gimnasio y un súperparque llamado “Tierra de Niños”. Adicionalmente, asumieron el desafío institucional de recuperar El Morro, una zona caracterizada por la inseguridad, con la campaña Todos X El Morro. Mediante la cooperación, la apropiación, la limpieza colectiva y la siembra de plantas, el equipo de Alto Perú y más de 35 familias de los barrios aledaños recobraron un espacio para la ciudad donde se practican el senderismo, la bicicleta y el surf. 

Guillermo Navarro, uno de los referentes de la transformación de comunidades en Latinoamérica y Director del Laboratorio de Innovación Social de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCULAB) (Mendoza, Argentina), define así a Diego y a su proyecto: 

[mk_highlight text=”“Es una de las personas más genuinas que he conocido. He sido testigo de su estilo de vida, de su capacidad reflexiva y de sus convicciones. Su determinación y fortaleza le han permitido tener el coraje para emprender un proyecto de largo aliento. Más allá del deporte y la disciplina, una de las virtudes de Alto Perú es la conexión con la naturaleza. Su regulación de la energía y el trabajo interdisciplinar con su equipo le han permitido hacer ‘acupuntura’ en lugares estratégicos del sistema, para cambiar realidades”.” bg_color=”#FFE5EE” text_color=”#333333″]

En este díalogo con Hojas de Inspiración el creador de Alto Perú comparte su visión sobre el valor del territorio, el trabajo con los jóvenes y el futuro de este movimiento de transformación social.

Empleamos el concepto de “Barrio Escuela”, que busca impulsar a las personas a reconocer el poder que tienen para mejorar su vida y su comunidad.

Ishwara: ¿Cuáles es hoy el principal foco de Alto Perú y cómo describirías la metodología de intervención que llevan a cabo? 

Diego Villarán: Actualmente, nuestro foco principal se concentra en el trabajo con ciento cincuenta niñas y niños. Estamos enfocados en el “urbanismo táctico”, que trata sobre acupuntura urbana. Es decir, un tipo de urbanismo enfocado en la niñez, sobre todo en la primera infancia: de cero a cinco años. Para llevar a cabo esta tarea, utilizamos procesos participativos como metodología de trabajo, fomentando la búsqueda de belleza en el barrio. En paralelo, trabajamos con los padres en procesos similares. Empleamos el concepto de “Barrio Escuela”, que busca impulsar a las personas a reconocer el poder que tienen para mejorar su vida y su comunidad.

Trabajar de este modo nos permite nutrirnos, identificarnos con lugares saludables y espacios verdes. Luego trabajamos procesos de mejoramiento del lugar, con acciones sencillas. Para esta etapa involucramos e a los adultos, sobre todo en procesos de diseño y construcción. Esta labor la complementamos con nuestro propósito original de “Deporte para el desarrollo”, con programas del Surftherapy y Muaythai.

Después de doce años de trabajo, si haces una retrospectiva de tu labor, ¿cómo describirías la innovación de Alto Perú sobre el territorio?

Al principio, el lugar fue una zona de pesca y después fue una zona exclusiva. Con los años, el barrio sufrió las consecuencias de la guerra con Chile, estuvo invadido muchos años. Quemaron todo lo que había y asesinaron a muchas personas. Luego ocurrió un terremoto, vinieron los años ochenta y se convirtió en la zona roja de Lima, el barrio más peligroso. En los noventa mejoró levemente la seguridad; los policías se llevaban a los chicos presos pero no cambiaba. 

Mi infancia la pasé aquí, yo iba a un colegio en las afueras del barrio, pero siempre me vinculé con la gente del barrio. Comencé a ver y sigo viendo una gran riqueza en su forma de ser, en su generosidad. En la gente más humilde hay muchas actitudes para admirar. Creo que con los años, la mayor innovación de Alto Perú ha sido crear confianza y permitirles a niñas, niños y jóvenes acceso a espacios seguros, donde se promueven habilidades físicas, socioemocionales y cognitivas.

El primer grupo de jóvenes fue la “promoción cero”, tenían entre 14 y 15 años, pero no lograron salir de las condiciones de peligro. Pero sus hermanos menores fueron la “promoción uno” y ellos sí hicieron grandes transformaciones.

El proyecto lleva años trabajando de forma mancomunada con la comunidad, ¿Cuáles han sido los logros de este trabajo?

Hemos recuperado varios espacios, el primero fue la plaza del barrio. Lo que hicimos fue comenzar con actividades, clases gratuitas, además de tareas de limpieza.  Es importante que la gente te empiece a ver.

Al costado había un basural y lo transformamos creando un espacio de juegos para niños. Luego hicimos un espacio verde donde antes había un espacio seco. Con aportes de vecinos fuimos creando un jardín, un espacio donde los niños se juntan y desde donde comienzan las actividades. Además en Santa Rita, que es un barrio cercano,  hicimos una canchita de futbol. 

Ahora estamos tratando de comunicar esos tres lugares: plaza, jardín y canchita. Trabajamos sobre cómo ir desde un punto a otro de manera segura, ya sea una mamá o papá con un coche o un niño pequeño. Trazamos recorridos para trasladarse de un punto a otro. Luego, comenzamos a mejorar el camino, haciendo veredas y murales. 

¿Cuando comenzó tu pasión por las olas y en qué momento la empiezas a compartir?

Desde muy joven surfeaba; para mí siempre fue mi terapia. Pero veía que los chicos ya no salían del barrio y no iban al mar. Yo quise darles esa oportunidad, que la riqueza del mar que nos rodea. 

Tenía un amigo del barrio que corría las olas como los dioses y me enseñó mucho, él siempre vivía con una sonrisa. En ese momento, había un chico del barrio que se nos unió en los entrenamientos, ganó varios campeonatos, tenía mucho talento y consiguió auspicios. Con esos ingresos, mejoró su casa pero no tenía fortaleza mental, tenía pobreza también desde el aspecto psicológico, y, aún habiendo logrado grandes cosas, no logró desarrollarse.

Después de este joven, comencé a llevar a algunos adolecentes a practicar surf, pero era muy frustrante porque no cambiaban ciertas habían actitudes: robaban, tiraban piedras a los animales y consumían drogas. Estos chicos vivían en el conflicto, habían absorbido mucha violencia durante su vida.

El primer grupo de jóvenes fue la “promoción cero”, tenían entre 14 y 15 años, pero no lograron salir de las condiciones de peligro. Pero sus hermanos menores fueron “la promoción uno y ellos sí hicieron grandes transformaciones iniciales, de cierta forma los mayores abrieron la puerta a un gran cambio en sus vidas. 

En 2008 comencé a trabajar fuertemente. Quería que Alto Perú se asociara con valores positivos, que fuera concebido como un “barrio surfer” vinculado al mar de forma ancestral, pues es un barrio marino que perdió su vínculo con el océano. La idea era pintar el logo en el barrio, hicimos stickers y mis amigos con un mayor poder adquisitivo los repartían en diferentes ámbitos, empezaron a aparecer en los autos y las tablas. 

Esa transversalidad no se había visto nunca, el sticker lo tenía el “mototaxi” más humilde y el auto más elegante. Ahora tenían algo en común, empezaron a dialogar con un lenguaje cercano. Allí comenzó la “bola de nieve”, se sumó mi socio Matías, quien trajo contención y amistad. Él es Psicólogo y me enseñó muchas herramientas para poder seguir adelante con el proyecto.

El proyecto que inició como un programa de surf, hoy ha incorporado nuevas actividades y continúa en expansión ¿Cuáles son los lugares donde estás viendo que está entrando la luz?

Hemos logrado identificar que soy una persona muy disruptiva, siempre intento hacer algo nuevo, aunque preservando la identidad del barrio. Ya en el barrio hay chicos que han crecido, que tienen los valores por los cuales comenzamos, incorporados. Hace 2 años que mi socio Matías está dirigiendo el proyecto y yo comencé un nuevo proyecto sobre “el morro” se llama “Todos por el morro” y busca recuperar el valor de ir allí con los más pequeños, recuperar espacios allí, volviendo a hacer todo pero en este nuevo espacio. Como equipo, estamos ampliando el proyecto a otros barrios, reuniéndonos con muchos alcaldes, pero sobre todo aprendiendo nuevos roles.

Fotografías: Cortesía de Alto Perú.

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