Apuntes para explorar la salud del futuro

Edificio con señal de Stop en Wuhan, China, por el Coronavirus.

Para abordar estos desafíos, debemos dar un paso atrás y observar el sistema más grande. Necesitamos actualizar el código operativo mental y estructural … ¿Cómo podemos hacer para que estos sistemas se sientan y se vean a sí mismos?

Otto Scharmer (2018)

El detenimiento contemplativo es una praxis de la amabilidad. Deja que suceda, que acontezca, se muestra conforme en vez de intervenir. La vida ocupada, a la que le falta cualquier dimensión contemplativa, no es capaz de la amabilidad de lo bello

Byung-Chul Han (2015)

Advertencia a los lectores: “El día que levanté la mirada del pozo”

Hace aproximadamente un mes, recibí la invitación de la Revista Javeriana de Colombia para escribir en una edición dedicada a la salud. Esta publicación perteneciente a la Universidad Javeriana se ha editado mensualmente de manera ininterrumpida desde hace 87 años. O por lo menos, así lo hizo hasta el mes de febrero, hasta cuando el COVID-19 comenzó dar los primeros signos de expansión.

La propuesta inicial era abordar un ámbito que he cultivado desde hace más de una década: las prácticas meditativas. Además de un camino personal y de su estudio en distintas tradiciones, he seguido con especial interés el campo multidisciplinario dedicado a investigar sus beneficios en ámbitos tan diversos como: la salud física y mental; las competencias cognitivas; los procesos organizacionales, y el cambio social. Adicionalmente, he tenido la fortuna de cocrear iniciativas ciudadanas que buscan acercar estas prácticas a las comunidades y he sido testigo de su potencial para generar estados de bienestar, mejorar los vínculos y propiciar cambios culturales en el autocuidado. 

Luego de la invitación, decidí que sería pertinente ampliar el abordaje, para enmarcar estas herramientas contemplativas dentro del gran movimiento de investigación y promoción de las circunstancias que favorecen la salud o “salutogénesis” (el origen de la salud). Este término acuñado por Aaron Antonovsky, propone una mirada complementaria a la “patogénesis” (origen de la enfermedad). 

Pero el COVID-19 se propagó por más de doscientos países en el planeta, aplazó aquello que parecía urgente, derrumbó nuestros bastiones de certeza y, sobre todo, nos devolvió las preguntas primordiales sobre la fragilidad de nuestra existencia. Dentro de mi pequeño mundo, me vi obligado a pausar, transitar las pequeñas “muertes” de gustos y disgustos, llenar el desasosiego con exceso de información (con pocos resultados), apelar a esas prácticas meditativas para llegar a la conclusión de que nada me había preparado para esta circunstancia y, con las semanas de confinamiento, poco a poco comenzar a levantar la cabeza para mirar más allá de mi minúsculo pozo. 

Hoy, cuando lo más desafiante parece estar por venir, escribo para explorar la anfibología del título: ¿cómo será el futuro del ámbito de la salud? O  ¿cuál será el estado de salud de nuestro futuro inmediato, después de la epidemia y a largo plazo? Abrazo la incertidumbre y soy consciente de la futilidad de lo conocido, pero escribo como homenaje a esa revista que no vio la luz y para poner algunas piezas del rompecabezas del futuro sobre la mesa. Sólo puedo invitar a los lectores a observar conmigo estos apuntes, contemplarlos con lentitud, para juntos encontrar las piezas faltantes y decidir cómo responderemos a los desafíos del porvenir.

El COVID-19 se propagó por más de doscientos países en el planeta, aplazó aquello que parecía urgente, derrumbó nuestros bastiones de certeza y, sobre todo, nos devolvió las preguntas primordiales sobre la fragilidad de nuestra existencia.

Pequeño inventario de la “guerra”

Una pandemia nunca antes vivida en forma global, en “vivo y en directo”; sistemas de salud y profesionales del cuidado llevados al extremo; gobiernos que se debaten entre medidas draconianas, dinámicas, estratégicas o laxas; entre el poder, el cuidado, la economía o la popularidad. Cierre de fronteras y reducción de la movilidad; ciudades desoladas y millones de personas confinadas; un despliegue de vigilancia y tecnología; despidos masivos y la constante referencia a una economía de “guerra”. Dramáticas caídas de los mercados y difíciles decisiones económicas de los bancos centrales; sobreoferta de petróleo y precios del crudo; un productivo y turístico en caída libre. Comunidades donde emerge la cooperación y la solidaridad; generosas donaciones del sector privado y gobiernos que llegan a quienes tenían olvidados. Egoísmo, rapiña, saqueos y adinerados atrincherados en sus villas. Teletrabajo, hiperinformación, redes sociales y noticias falsas. La frustración, la ansiedad, el miedo y la cercanía de la muerte, no sólo la de las cifras, sino la real, la de los seres amados o la propia. “¿Qué hacer ahora que tengo tiempo? ¿Qué pasará cuando me aburra del entretenimiento? ¿Qué hago con estas preguntas que están surgiendo?”. La solidaridad, la resiliencia, la cooperación, las nuevas rutinas, los pactos y la contemplación. La revelación de un paradigma en decadencia y un frágil multilateralismo. Las redes de activismo y la consciencia de la interdependencia. Nuevas maneras de estar y actuar; ¿la oportunidad de cambio?; dejar ir y dejar venir.

Apunte 1: La revelación de la armonía oculta

Un especial de la revista Time de la segunda semana de marzo titulaba: “Cuando el mundo se detiene”. Esta frase me hizo darme cuenta de que desde que tengo conciencia del “mundo” este nunca se detuvo. Indago con los mayores y ellos tampoco lo recuerdan. Pero esta sensación se acentúa en un mundo acostumbrado a narrarse en términos de crecimiento acelerado, tecnología ascendente y acción imparable. Así lo define el argentino Martín Caparrós: “Creíamos que este mundo hipertécnico que vamos inventando en los países ricos era invulnerable, pero un bichito mínimo lo puso en jaque casi mate. Es raro ver, en estos días, cómo se desmorona todo lo que pensábamos tan sólido” (2020). 

Y así nos fuimos acostumbrando a evitar la pausa, incluso frente a síntomas que merecían al menos un poco de silencio: el desigual desarrollo de nuestros países, la concentración de la riqueza, los juegos geopolíticos que cobran vidas y futuros, las crisis migratorias, la desigualdad de género, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación del aire y, por supuesto, el cambio climático. Ni los Gobiernos, ni los organismos multilaterales, ni la ciencia de vanguardia ni mucho menos los movimientos ciudadanos lograron detenernos. Incluso, en nuestros reinos personales, seguramente fuimos testigos-víctimas de esa velocidad que dejaba atrás vínculos, descanso, creación, silencio o altruismo. Nos fue imposible pausar o quizá no supimos cómo hacerlo. 

Esta detención del mundo, con sus limitaciones y consecuencias aún incalculables, está permitiéndonos ver la conexión entre los síntomas y ver la estructura subyacente. En la analogía del iceberg empleada por el antropólogo Edward T. Hall (1978), el autor afirmaba que los aspectos visibles de una cultura corresponden aproximadamente a un 10%. Debajo del agua estarían dos niveles, que corresponderían al 90%. El primero de ellos se relaciona con las normas sociales o las reglas no explícitas. El segundo es la dimensión asociada con los modelos mentales, rasgos inconscientes o puntos ciegos. Esta metáfora, tan cara al pensamiento sistémico, ha sido rescatada por autores como el profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) Otto Scharmer. En su libro Teoría U, el autor sugiere que los síntomas de los desafíos sociales, ambientales y espirituales contemporáneos son interdependientes, y obedecen a estructuras y modelos profundos. El acceso a nuevas formas de percepción de estos niveles ocultos, llamadas “tecnologías sociales, nos permitiría liderar el futuro a medida que emerge, en lugar de reaccionar ante él (2017).  

Si existe alguna “virtud” de esta pandemia es que ha aclarado las aguas y está ofreciéndonos la oportunidad de percibir algunas de las normas sociales que nos rigen y la fuente misma donde se “fabrica” el mundo. El filósofo alemán Hans-George Gadamer expresó con claridad la oportunidad de esta crisis de salud: “Pienso, con frecuencia, en ciertas palabras de Heráclito […] la armonía oculta es más fuerte que la evidente. La salud constituye uno de esos milagros propios de la armonía intensa pero oculta. Cuando estamos sanos nos entregamos, en realidad, a lo que tenemos por delante y todos sabemos hasta qué punto cualquier malestar, sobre todo el dolor, perturba este noble estado de alerta” (cursiva mía) (Gadamer. 2017: 176).

Se nos interrumpió ese noble estado de alerta y estamos asistiendo al riesgo de esa intensa armonía oculta. La expansión del virus y la restricción a esa entrega a lo que tenemos delante, ha detenido nuestras voluntades y nos ha puesto frente a la incertidumbre de un Ahora sin vencimiento. Estamos ante una excepcional oportunidad existencial, pero es pertinente reconocer que el confinamiento y el temor no siempre significan un detenerse contemplativo. También despiertan el nerviosismo, la ansiedad o la hiperactividad; a lo que se suman, la estimulación informativa, el tiempo en las redes sociales y el uso de las plataformas de entretenimientos. 

Este primer apunte está relacionado con la invitación a pausar, pero no desde la inercia o la desolación. En su Teoría U, los dos primeros pasos del viaje propuesto por Otto Scharmer para hacerle frente a los tiempos disruptivos son: Suspender y Observar, observar y observar. Sirvámonos de la invitación de este lúcido pensador en estos tiempos: “El virus sostiene un espejo enfrente de nosotros. Nos obliga a tomar conciencia de nuestro comportamiento y su impacto en el colectivo, en el sistema. Ese espejo nos invita gentilmente a hacer algunos sacrificios personales que benefician al conjunto: cambiar nuestro lugar interior del ego al eco” (2020).

No obstante la excepcional oportunidad existencial, es pertinente también reconocer que el confinamiento y el temor no siempre significan un detenerse contemplativo. También despiertan el nerviosismo, la ansiedad o la hiperactividad.

Apunte 2: ¿De dónde vendrá la salud del futuro?

Hasta hace pocas semanas, cuando se hablaba del futuro de la salud, se asociaba con los adelantos tecnológicos. Nos deslumbraban los usos de la nanotecnología, la inteligencia artificial, la cirugía robótica, la producción de órganos y prótesis a partir de impresoras 3D, la ingeniería genética, los avances en los trasplantes, la inmunoterapia y los tratamientos con células madres, entre otros. 

A los avances tecnológicos podrían sumarse en el imaginario de futuro los adelantos farmacéuticos. Especialmente durante esta pandemia, el diseño de pruebas diagnósticas más rápidas, la elaboración de respiradores, así como la esperanza de una vacuna, vuelven a poner en primera plana los nombres de las compañías farmacéuticas. Sin embargo, aún están frescas en la memoria los casos sobre prácticas comerciales indebidas; la manipulación en las pruebas de fármacos que revelaban contraindicaciones y las prebendas a los organismos de control, o el caso específico de la epidemia de opiáceos en los Estados Unidos. 

Los brillantes y esperanzadores avances tienen siempre una cara oculta que ha sido señalada expertos en bióética, sociólogos, políticos y especialistas del sector salud. Ellos han señalado los peligros morales de ciertos avances, pero sobre todo la competencia de las naciones y corporaciones para obtener los mejores resultados económico y político. Esta carrera por el futuro de la salud, siempre deja en los últimos lugares a los países y poblaciones más expuestos y con menos recursos. 

Durante este escenario, sin lugar a dudas los médicos, enfermeras y demás personal de salud han sido los héroes. Aunque merecen también reconocimiento los Gobiernos que han actuado con rapidez; la transparencia de la información por parte de las autoridades y los medios; la colaboración del sector empresarial y financiero, y de forma especial, la cultura de la ciudadanía. Han sido públicos los resultados de países como Corea del Sur, Singapur y Taiwán para contener la epidemia. En estas naciones, con distintos enfoques, se impusieron tempranos confinamientos, se priorizó la práctica de pruebas diagnósticas, se restringió el ingreso de extranjeros y se cancelaron las clases ante los primeros casos. Además, sus líderes informaron de manera constante y abierta la evolución de la enfermedad. Pero, sobre todo, se hizo gala de un sentido de cuidado colectivo, producto de culturas con modelos de pensamiento cooperativo y comunitario. 

Una salud pública en manos sólo del poder, la tecnología y los sistemas sanitarios socavaría la responsabilidad y el cuidado colectivo; a largo plazo, sería el abono del totalitarismo.

Estos comportamientos contrastan con la tardía y laxa respuesta de algunos Gobiernos; las informaciones populistas que restaban importancia y, sobre todo, la fuerza de la costumbre o el individualismo que priorizaban los “¿derechos?” frente al interés público. Sólo como una muestra: en Irán, miles de personas celebraron Nowruz, el año nuevo persa, cuando la cifra de muertos superaba el millar. Por su parte, en Argentina, pese a las recomendaciones de confinamiento, largas filas de autos se dirigían las ciudades costeras del Atlántico, donde las familias disfrutarían un feriado. Este acto obligó a su mandatario Alberto Fernández a declarar la cuarentena nacional.

Esta crisis sistémica ha revelado que las medidas draconianas y el uso de la tecnología para el control de poblaciones pueden ser eficientes a corto plazo. Pero una salud pública en manos sólo del poder, la tecnología y los sistemas sanitarios socavaría la responsabilidad y el cuidado colectivo; a largo plazo, sería el abono del totalitarismo. El autor Yuval Noah Harari ofrece en su análisis una clave para la salud del futuro (en su doble sentido): “El monitoreo centralizado y los castigos severos no son la única forma de hacer que las personas cumplan con pautas beneficiosas. Cuando a las personas se les informan los hechos científicos, y cuando las personas confían en las autoridades públicas para contarles estos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto incluso sin un Gran Hermano que vigile sobre sus hombros. Una población motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada. Pero para lograr ese nivel de cumplimiento y cooperación, necesita confianza” (2020).

Sin embargo, en una entrevista con el médico y diplomático inglés David Nabarro, encargado de la OMS para la COVID-19 en Europa, el funcionario afirmaba: “El brote está avanzando a una gran velocidad. Hay un aumento explosivo y vamos a tener batallas épicas. Y necesitamos hacer dos cosas: organizarnos como comunidad, los servicios sanitarios y el Gobierno, y por otro lado limitar movimientos entre áreas donde hay mucha incidencia. Y una cosa sin la otra no funciona” (Linde, P. 2020: 143).

En esta declaración se plantea una coordinación entre servicios sanitarios y Gobierno, sin contar con el concurso de la comunidad como agente de salud. Se aludirá con razón a la situación de emergencia, pero esta declaración revela una mentalidad preponderante en la salud/sociedad, donde se piensa en el paciente, usuario, cliente o ciudadano como recipiente de la acción de otros actores. 

Si queremos dar una vuelta de tuerca a un sistema de salud en crisis y “actualizar el código operativo mental y estructural”, como se afirma en el epígrafe del comienzo, es necesario pasar de un nivel 1.0 a uno 4.0. Esta analogía tecnológica proviene nuevamente de la inspiración del profesor Scharmer, quien propone reconocer y transitar los distintos niveles de innovación: desde el Sistema Operativo (SO) 1.0, centrado en la entrada, es decir en los médicos y las instituciones de salud; pasando por un SO 2.0, centrado en la salida, en los procedimientos y las directrices de la ciencia; continuando hacia un SO 3.0 paciente-céntrico, donde se innova en las necesidades de servicios; hasta el SO 4.0, donde en construcción con la comunidad se establecen las fuentes de salud y bienestar (2018:143. También ver: Käeufer, K. et al. 2003, y Steiner y Hanks. 2016). Esta mirada que se aplica a diferentes ámbitos sociales es integral y no excluyente. Como ocurre con las actualizaciones de software, se incluyen los beneficios de la versión anterior pero trascendiendo sus limitaciones propias, para crear un proceso de aprendizaje continuo. 

Desde la década de los setenta, se han establecido diálogos fértiles entre científicos occidentales y practicantes de diferentes tradiciones contemplativas, con el fin de establecer si independientemente de los contenidos doctrinales las prácticas meditativas podían resultar beneficiosas para la salud.  

Apunte 3: ¿Qué hacer antes de volver a la “normalidad”?

En septiembre de 2018, en Mendoza (Argentina), dos organizaciones internacionales y un grupo de instructores de meditación nos unimos con la intención de ofrecer una semana de meditaciones gratuitas. La iniciativa se denominó “Maratón de la Calma #MEME” (Mejor Medita). Nuestras motivaciones fueron ofrecer un espacio a la ciudadanía para acercarse a prácticas de bienestar; desmitificar las prácticas contemplativas y sacarlas del contexto elitista al que se asocia en occidente, y establecer un espacio de confianza en un sociedad polarizada. Nuestros principios fueron la secularidad, la diversidad de técnicas de los meditadores y la voluntad de abrirnos a todos los públicos. Soñamos tener siete meditaciones, pero las redes y generosidad de la comunidad hicieron que en apenas dos semanas se organizaran 45 meditaciones, participaran 41 centros de la ciudad y asistieran más de 800 personas a la jornada. Desde entonces, hemos llevado a cabo otras dos ediciones y mensualmente ofrecemos tres experiencias en espacios públicos, centros de bienestar y en línea. Al movimiento se han unido 17 países, se han ofrecido más de 450 prácticas y han participado más de 6.500 personas de forma presencial.

Este movimiento nos ha permitido poner a prueba diversas prácticas con pacientes y personal de salud, empresarios, funcionarios públicos, mujeres y hombres en situación de encierro, profesores universitarios, adultos mayores, jóvenes, niñas y niños. Numerosos testimonios de los participantes reconocen la importancia de espacios de pausa y contemplación; el encuentro con otros en armonía; los beneficios físicos y mentales, y la posibilidad de aprender recursos emocionales y psicológicos para hacer frente a las crisis.

Esta iniciativa ciudadana es un minúsculo experimento inspirado en un movimiento emergente, que lleva más de cinco décadas investigando, recuperando y difundiendo un paradigma, basado en la salutogénesis, el autocuidado, el bienestar, los liderazgos cooperativos y el altruismo eficaz. Desde la década de los setenta, se han establecido diálogos fértiles entre científicos occidentales y practicantes de distintas tradiciones contemplativas, con el fin de establecer si independientemente de los contenidos doctrinales las prácticas meditativas podían resultar beneficiosas para la salud.  

Investigadores como Jon Kabat-Zinn, profesor de Medicina emérito en la Universidad de Massachusetts  y creador de la técnica de Reducción del Estrés Basada en la Atención Plena (Mindfulness), o Richard Davidson, neurocientífico y fundador del Centro Healthy Minds (Mentes Saludables), entre centenares de científicos de prestigiosas universidades, han demostrado en laboratorio y pruebas sociales los beneficios físicos, psicológicos y sociales de algunas prácticas milenarias. 

Por otra parte, psicólogos Martin Seligman, Daniel Goleman, Mihály Csíkszentmihályi, padres de la psicología positiva; economistas como Richard Layard, de la London School of Economics y coautor de World Happiness Report (Reporte Mundial de Felicidad); investigadores como Dan Buettner, miembro de la National Geographic y cocreador del proyecto Blue Zone (para encontrar los lugares del mundo con mayor longevidad); equipos como el del Presencing Institute, cofundado por Otto Scharmer y acompañado por el reconocido profesor Peter Senge; el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, o movimientos de las denominadas “Nuevas Economías”, entre muchos más, han abogado desde distintas orillas por valorar aquellos valores, prácticas, tecnologías y plataformas, capaces de promover la salud, el bienestar, la gobernanza y la sostenibilidad.

A las batallas por la salud, la economía y la política, se está añadiendo la silenciosa batalla de la mente y de los vínculos, que siempre está en la base del iceberg.

Este apunte puede fruncir el ceño de algunos lectores, que consideran estas perspectivas cándidas o sin fundamento, especialmente en circunstancias como las presentes. Pero además de invitarlos a indagar en los miles de publicaciones académicas o experimentar las prácticas disponibles, sólo quisiera anotar que a las batallas por la salud, la economía y la política, se está añadiendo la silenciosa batalla de la mente y los vínculos, que siempre está en la base del iceberg. Una ciudadanía confinada, sin los recursos psicológicos necesarios de atención, coraje, resiliencia, compasión y agilidad emocional (término de la psicóloga Susan David), es una población expuesta al trauma, la parálisis y la violencia. 

Algunos de los resultados más interesantes sobre las personas y sociedades con altos niveles de salutogénesis, flexibilidad emocional y respuesta creativa a los desafíos no se encuentran en los lugares más privilegiados ni en las situaciones óptimas. Es más, altos estándares en pruebas que miden la valoración positiva sobre la totalidad de la vida se han hallado en quienes lograron aprender de hechos desafiantes y profundizar el sentido de su vida. Aprender de estas capacidades humanas, acercarse a las investigaciones, comenzar un cultivo de prácticas o hacer parte de espacios colectivos de pensamiento-acción donde se geste el futuro pueden ser escalones para una salud de “agentes”, en lugar de pacientes; para una forma de estar en el mundo que nos ayude a crear una nueva “normalidad”.

Como lo manifiesta Harari (2020), parecería que dos ríos están fluyendo y tienen la posibilidad de alimentar dos futuros: vigilancia totalitaria y aislamiento totalitario, por una parte, y empoderamiento ciudadano y solidaridad global, por otro. 

Apunte 4: ¿Dónde poner la atención ahora?

Diariamente el misterioso virus nos revela sorpresas: nuevos brotes y cifras de mortalidad; predicciones y cifras económicas sin antecedentes; confinamientos que se extienden y medidas más estrictas; uso de la tecnología al servicio de la vigilancia y actuaciones de emergencia que serían inimaginable en la antigua normalidad. Ante el desafío global, algunos han optado por ponerle nacionalidad o raza a la pandemia y otros buscan que ciertos sectores paguen por las injusticias históricas. En épocas de complejidad, existe la tentación del “chivo expiatorio”, para culpar un enemigo visible y eludir las respuestas sistémicas.  

Mientras tanto, aparecen imágenes satelitales que muestran la disminución de la contaminación, fotografías de ríos más claros y cielos azules en ciudades acostumbradas al gris de la polución. Son extraordinarios los recursos de algunos Gobiernos por hacerse cargo de quienes sufren y los esfuerzos colectivos. También los cursos, conversatorios y publicaciones que se ofrecen de forma, para comprender el virus y sus implicaciones, ofrecer prácticas para sobrellevar el confinamiento, tejer redes que favorezcan la transformación y soñar nuevas alternativas. Como lo manifiesta Harari (2020), parecería que dos ríos están fluyendo y tienen la posibilidad de alimentar dos futuros: vigilancia totalitaria y aislamiento totalitario, por una parte, y empoderamiento ciudadano y solidaridad global, por otro. 

La voz de este autor se une a las del filósofo Byung-Chul Han o la pensadora Adela Cortina. El primero, señalando el peligro de estructuras de tecnobiovigilancia que se podrían erigir, afirma: “Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte […]. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus” (2020). Por su parte, Adela Cortina, haciendo eco de los filósofos de la antigüedad, asegura: “Somos un universo, estamos todos entrelazados y unidos. Somos […] interdependientes […] La sociedad del riesgo lo que nos demuestra, efectivamente, es que los riesgos o se asumen mundialmente o vamos a quedar desarbolados” (Blázquez. 2020).   

Con el COVID-19 extendiéndose, muchos de nosotros estamos aún resistiendo a aquello que no fue y todo eso que hemos perdido. Otros estamos esperando que la pandemia termine para volver a la “normalidad”. Algunos nos hemos refugiado en la distracción o la hiperactividad. Estamos quienes hemos comenzado a sentir el dolor a través de la muerte, el desempleo, la quiebra o el hambre. Hay quienes hemos restado importancia a acciones o proyectos que considerábamos imprescindibles, para darle lugar al vínculo, el silencio y la gratitud. Y hay quienes después de un momento de miedo, incertidumbre y ansiedad, estamos dándonos cuenta de que no queremos volver a la “normalidad” personal, social y ambiental. 

Ojalá que esta pausa forzada haga realidad las palabras del poeta Theodore Roethke: “Llegada una hora oscura, el ojo comienza a ver”. Nada será otra vez como antes y de nosotros depende que los modelos y estructuras perjudiciales, de las que hacemos parte, no vuelvan a la “normalidad”. Ojalá que la pausa, la acción multilateral, el conocimiento circulante, la solidaridad, la consciencia de lo global y la incertidumbre nos ayuden a elevar la mirada de nuestros pozos personales, nacionales o etnocéntricos. Es nuestra decisión usar este momento cuando el mundo se detuvo y asumir la invitación que nos hace el profesor Scharmer: “¿Qué pasaría si usamos esta interrupción como una oportunidad para dejar todo lo que no es esencial en nuestra vida, en nuestro trabajo y en nuestras rutinas institucionales? ¿Cómo podríamos volver a imaginar cómo vivimos y trabajamos juntos? ¿Cómo podríamos reimaginar las estructuras básicas de nuestra civilización? Lo que efectivamente significa: ¿cómo podemos reimaginar nuestros sistemas económicos, democráticos y de aprendizaje de manera que superen las divisiones ecológicas, sociales y espirituales de nuestro tiempo?” (2020). Quizás sea allí donde debe refugiarse nuestra atención e intención.

Fotografías: Unsplash.

Referencias: 

Becker, C. et al. 2010. “Salutogenesis 30 Years Later: Where do we go from here?”. International Electronic Journal of Health Education. 13: 25-32. Link.

Blázquez, P. 2020. “El dinero público destinado a batallas ideológicas debe invertirse en ciencia”. Entrevista a Adela Cortina. Ethic. 27 de marzo. Link. Consultado: 31 de marzo 2020

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Byung-Chul Han. 2020. “La emergencia viral y el mundo de mañana. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín”. El País. 22 de marzo. Link. Consultado: 31 de marzo 2020.

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Gadamer, H-G. 2017. El estado oculto de la salud. Edición conmemorativa. Gedisa: Barcelona.

Hall, E.T. 1978. Más allá de la cultura. Barcelona. Gustavo Gili Editorial.

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Käeufer, K.; Scharmer, O., and Versteegen, U. 2003. “Breathing Life into a Dying System: Recreating Healthcare from Within”. Reflections. The SoL Journal on Knowledge, Learning and Change. Vol. 5, N. 3: 1-12. Link. Consultado: 15 de marzo 2020.

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Lindström, B. and Eriksson, M. 2005. “Salutogenesis”. Journal of Epidemiology Community Health. 59:440-442. Link. Consultado: 18 de marzo 2020

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Scharmer, O. 2017. Teoría U: Liderar desde el futuro a medida que emerge. Segunda edición. Editorial Eleftheria: Barcelona.

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Scharmer, O. 2020. “Eight Emerging Lessons: From Coronavirus to Climate Action”. Blog del Presencing Institute: Field of the Future. 16 de marzo. Link. Consultado: 17 de marzo de 2020.

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