Borges lo sabía: ¡Lo que sueñas, vuela!

¿Será Jorge Luis Borges el sueño de otro?; ¿quién habrá despertado y esfumado su don de enseñar?, o ¿será que acaso nunca se deja de soñar y, por lo tanto, nunca se deja de crear?

Tenía apenas 23 años cuando, en las laberínticas calles de la misteriosa Buenos Aires, me tomó desprevenida una vieja librería de San Telmo. Esas con olor a libro gastado por los ojos de muchos y donde los gatos reposan sobre los lomos de historias interminables. Hacía frío y la humedad empezaba a calar hondo en los huesos. Con los dedos de las manos entumecidos, tomé el picaporte de la puerta sin saber que ese día empezaría a ser la soñada de quien sueña.

Porque, como la lanza del guerrero, mis ojos se posaron con magnetismo inexplicable en un libro de un millón. El libro no era cualquiera, era el libro de mis sueños. Con parsimonia y estirando el tiempo del encuentro entre ese objeto y mis manos, empecé a sentir el sudor y el pálpito de quien sabía que ese hecho no era fortuito. Supe, aunque fuera difícil de aceptar para la razón, que ese instante cambiaría mi vida. En ese transcurrir pasaron años, aunque en el tiempo formal fueran sólo cinco minutos. Finalmente, lo tenía en mis manos: Ficciones, de Jorge Luis Borges.

El libro era un laberinto de transformación, una invitación a las profundidades del ser. Y es que cuando alguien se encuentra con Borges da con un camino de “espiritualidad” que conecta y desconecta, tira y afloja, sueña y despierta. Borges, como cualquier otro Maestro, sabe que sus palabras llegan justo a tiempo, en el momento y el lugar preciso. Para mí, esa noche fue la revelación que mucho más tarde se haría realidad.

El libro era un laberinto de transformación, una invitación a las profundidades del ser. Y es que cuando alguien se encuentra con Borges da con un camino de “espiritualidad” que conecta y desconecta, tira y afloja, sueña y despierta.

Desde la librería al hostal donde me alojaba, el silencio carcomió mis oídos y la prisa, mis zapatos. Llegué con el mismo miedo de quien oculta y con la misma ilusión de quien ama. Quería devorarlo esa misma noche, acabar con la hazaña que me aprisionaba desde mi llegada a San Telmo. Y, sin embargo, no lo hice. Un accidente estremeció mis sueños. Ana, una de las inquilinas del hostal, detuvo esa misma noche su corazón por la sorpresa de un infarto que llegó sin pedir permiso y que se llevó las historias infinitas que ella escribía con sus manos en cada plato que hacía y ofrecía al resto de los huéspedes. Con ella también se fue Ficciones y cada uno de sus cuentos. Simplemente, no tenía que leerlo.

Los días fueron llegando y Ficciones fue pasando a la posteridad sin ser leído. Años más tarde, lo encontraría en una vieja mochila de viajes. Lo abriría y elegiría empezar leyendo: Las ruinas circulares. Y en la encrucijada de ese momento de mi vida, leería: “¡Y si él dejara de soñarte…!”.

Tan solo esa frase sería el detonante de búsqueda para ser quien soy hoy. Borges, en su exquisito cuento Las ruinas circulares habla de un hombre que desea crear un ser hecho a su semejanza. Este hombre usa sus sueños para configurar un sujeto que sea independiente y que, por sus características especiales, sea elegido entre un grupo de pupilos imaginarios. A esta especie de “súper ser” lo instruye y modela hasta que logra convertirlo en autónomo. Por lo tanto, debe desprenderse de él para liberarlo y permitir que comience su propia aventura. Lo arroja a un lugar lejano y borra su memoria, para que no recuerde que es el soñado de quien sueña. Sin embargo, al final del cuento, el soñador se angustia y se siente decepcionado al tomar conciencia de que, en realidad, él también es una mímesis; es decir, él mismo es el sueño de otro.

El cuento es de extrema belleza y su argumento es revolucionario. Pero la idea no es de Borges, porque como en su cuento todos somos el sueño de otros. En definitiva, todo viene y va, nace y muere, se construye, destruye y se vuelve a construir. Con Las ruinas circulares, volví a abrazar el “eterno retorno” hegeliano; la noción de que el devenir circular se prolonga hasta el infinito, una y otra vez, desdibujando el concepto lineal del tiempo de principio y fin, de llegada y de partida. También, y quizás lo más trascendente, comprendí que, en definitiva, todo lo existente es una construcción onírica subjetiva, donde cada mujer y hombre puede ser el soñador de su propia realidad y, al mismo tiempo, ser el soñado de alguien.

Pero la idea no es de Borges, porque como en su cuento todos somos el sueño de otros. En definitiva, todo viene y va, nace y muere, se construye, destruye y se vuelve a construir.

Borges relativiza los conceptos de dominación y subordinación, y hace énfasis en la capacidad creadora del ser. La conciencia sería la determinación de que lo que soñamos, entonces: “¡Vuela!” Y es ahí donde somos libres de elegir y crear lo que soñamos hacer realidad.

Fotografías: Alexandra Nicolae (Unsplash) / Patrik Gothe (Unsplash). 

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