“Parte 1. Cuenta cierta historia, que existían muchos caminos de tierra en busca de llegar al Desarrollo. Pero, con la invención del ferrocarril, quienes decían saber más establecieron unas únicas vías para alcanzarlo y casi todos los vagones se sumaron a la cola de una gran locomotora que inició su marcha.”
Adrián Beling podría ser definido de diversas formas: investigador, escritor, docente, conferencista y activista. Sin embargo, hay dos rasgos distintivos de este inquieto pensador argentino, radicado en Alemania: por un lado, su vocación para evidenciar las relaciones entre lo social y lo ambiental, y por otro, su determinación para buscar salidas a la crisis ecológica que amenaza a la humanidad.
Estas dos aristas lo han llevado a recorrer una intensa y diversa actividad formativa, que incluye una Licenciatura en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Cuyo, un Magíster en Estudios Globales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y la Universidad de Friburgo (Alemania) y un Doctorado en Sociología en Alemania (Universidad Humboldt de Berlín) y en Chile (Universidad Alberto Hurtado). Además es coautor con Julien Vanhulst del libro Desarrollo Non Sancto. La religión como actor emergente en el debate global sobre el futuro del planeta; autor de una treintena de artículos académicos, y cofundador de Alternautas, una revista académica para la divulgación internacional del pensamiento latinoamericano sobre desarrollo. Adicionalmente, dirige la Diplomatura Superior en Ecología Integral, una experiencia virtual que vincula treinta y siete universidades y más de una decena de organizaciones aliadas, incluyendo think tanks, ONG y movimientos sociales. También participa como investigador en el Grupo de Trabajo CLACSO sobre el Futuro del Trabajo y el Cuidado de la Casa Común. Así tiende puentes entre su lugar de residencia en la capital alemana y su tierra natal Argentina.
“Me enseñaban economía neoclásica, que busca aplicar un modelo obsoleto y simplista de física newtoniana a una sociedad viva, ignorando estructuras de poder, historia y la complejidad del comportamiento humano”.
Mauricio Manini: ¿Cuál fue la motivación para formarte primero en Ciencias Económicas y cómo encontraste el vínculo entre lo social y lo ambiental?
Adrián Beling: Mi primer contacto con la problemática social fue en los grupos juveniles en la Iglesia católica de mi ciudad, Mendoza (Argentina). Nuestro grupo no sólo ponía en práctica la “opción preferencial por los pobres” acercándose a las periferias sociales de la ciudad (una práctica, por cierto, que si se generalizara hoy contribuiría enormemente a reconstruir los lazos sociales dañados por las crecientes divisiones socioeconómicas e ideológicas dentro de la sociedad), sino que también buscaba entender las causas estructurales de estas realidades. Esta combinación de teoría y contacto con la realidad vivida por los sectores poblacionales más marginados fue la fuente de mi interés y mi compromiso con lo social.
Pero tenía muchas preguntas y busqué las respuestas estudiando Ciencias Económicas, pero me desencanté. Me enseñaban economía neoclásica, que busca aplicar un modelo obsoleto y simplista de física newtoniana a una sociedad viva, ignorando estructuras de poder, historia y la complejidad del comportamiento humano, tanto individual como colectivo.
Al no tener otra perspectiva clara, después de graduarme trabajé casi cinco años en una gran empresa productora y exportadora de vino, hasta que, conversando con una investigadora del Instituto Argentino de Investigación de Zonas Áridas (IADIZA), conocí el problema de la monopolización del agua en Mendoza y cómo conducía a un problema de desertificación severo. Por primera vez, entendí las consecuencias de la agricultura intensiva necesaria para producir un vino de alta calidad, según los estándares del mercado de exportación, con más daños que beneficios para el entorno. Ese fue mi primer contacto con la problemática relación entre la economía globalizada y el medio ambiente.
Esto me llevó a volver a estudiar para profundizar mi comprensión de los vínculos entre lo social, lo económico y lo ambiental. Encontré un programa de Maestría en Estudios Globales, y pude hacerlo gracias a una beca del Servicio Alemán Católico de Intercambio Académico (KAAD). Estudié dos semestres en Alemania, uno en FLACSO Argentina y otro semestre en India. Esos últimos seis meses en India parecieron seis años.
¿Qué descubriste en India? ¿Qué encontraste de diferente y qué reafirmaste?
En India encontré respuestas a preguntas que me había hecho a partir de mi experiencia con los grupos juveniles religiosos. Hay temas que viajan distancias y realidades que se replican. Entendí esta idea terrible de convertir la producción agrícola en una commodity para el mercado internacional, más que como alimento para las personas. En Argentina, recién empezábamos con el auge de la soja, cuando en India ya se veían algunas consecuencias nefastas de la “Revolución verde” de la agricultura industrial. Actualmente, más del 60% de la tierra cultivable en Argentina está ocupada por soja, destinada a alimentar cerdos en China, con una ganancia financiera variable y muy concentrada, pero dañando el suelo y contaminando las poblaciones. Eso a largo plazo no se sostiene. También tomé contacto por primera vez con la problemática del cambio climático, que por aquél entonces no era un tema del que se hablara en mi país.
También me encontré con cosas completamente diferentes, sobre todo en lo cultural. En Argentina, somos de abrazarnos y tocarnos, por ejemplo, pero reconocemos la necesidad de una cierta privacidad, y en Alemania eso es aún más acentuado. En India es lo opuesto: no hay privacidad, entran a tu habitación sin golpear; no existe el espacio personal. También la relación entre los sexos es muy distinta: los hombres entre sí son muy cariñosos. La religiosidad está muy involucrada en la investigación, la ciencia y el gobierno. A uno le puede parecer extraño, pero para ellos es normal y natural.
“Lo que llamamos ‘pensamiento del sur’ se hace eco de la trayectoria histórica y cultural de un territorio. No suprime la historia, sino que la entiende como un baúl de recursos para el aprendizaje y la innovación”.
En tus escritos enfatizas en la perspectiva de “Epistemologías del Sur”. ¿Encontraste similitudes de pensamiento entre India y América Latina? ¿Qué debates hay sobre el desarrollo en ese país?
El desarrollo es algo que se puede entender de distintas maneras. En ocasiones, se lo ve como una expansión indefinida de la economía, creyendo que equivale a un modelo basado en un paradigma monolítico, con los “países desarrollados“; es decir, los países con un alto producto bruto per cápita como referentes. Se instaló una cierta idea de que “hay que ir hacia acá”, de insertarse en el mercado global y poder construir la sociedad en función del sistema de acumulación capitalista. Hoy sabemos que esta idea del desarrollo no sólo es extremadamente esquiva, sino que, como explican con cada vez mayor contundencia estudios científicos, es inviable a largo plazo desde una perspectiva ambiental.
En India y América Latina se dan debates entre si la economía debería ser más de tipo comunitaria, social y eco-regional o si debería enfocarse en producir para el mercado internacional. En América Latina, en general, se ha dado un proceso de revalorización de epistemologías surgidas a partir de la experiencia histórica de sus diversos territorios, una especie de “tejido cultural” formado por los pueblos originarios y sus múltiples mestizajes a lo largo del tiempo. Entre ambas regiones coexiste una mirada local y autóctona en discusión con otra mirada más cosmopolita e internacional. Ambas miradas pueden aportar elementos valiosos. Lo importante es no ver al territorio como un commodity que se puede insertar sin más en una red económica global, sino valorar la trayectoria histórica y cultural del territorio.
Lo que llamamos “pensamiento del sur” se hace eco de esa trayectoria. No suprime la historia, sino que la entiende como un baúl de recursos para el aprendizaje y la innovación. Esto contribuye a superar prejuicios dañinos, por ejemplo, que lo indígena es sinónimo de “retraso”, o que lo “moderno” siempre es mejor. El pensador portugués Boaventura de Sousa Santos dice que para viajar al espacio sideral, se requiere, sin duda, conocimiento tecno-científico; pero para proteger la biodiversidad, resulta más eficaz el conocimiento indígena. Si nos remitimos a la evidencia, no podemos más que darle la razón.
Los cambios de la pandemia
[mk_highlight text=”Parte 2. La locomotora avanzaba sin cesar, pero cuando una ráfaga de viento sacudió los vagones, quienes estaban adentro comenzaron a mirar a las ventanas. A la izquierda, el paisaje se volvía cada vez más oscuro, desertificado y cubierto de smog. A la derecha, aparecían grandes bolsones de pobreza, enfermedades y desigualdad social…” bg_color=”#EAF1F7″ text_color=”#333333″]
¿Qué dimensiones de oportunidades se han abierto con la pandemia generada por el virus COVID-19? ¿Este tipo de eventos generan la posibilidad de replantear el rumbo?
Muchas personas han sufrido y están sufriendo por el COVID-19, pero, desde una perspectiva de cambio social, creo que puede aportar algo positivo. El cambio climático va a traer pandemias, ya sea por la destrucción de hábitats y la consecuente generación de más enfermedades zoonóticas, como por la migración de agentes patógenos, e incluso la posibilidad de que veamos reaparecer enfermedades, importadas incluso del pasado geológico a través del derretimiento de los cascos polares y la liberación de patógenos latentes. Habrá más pandemias, pero lo bueno es que el COVID-19 nos golpea cuando aún estamos a tiempo de cambiar de rumbo. Es un llamado de atención.
Estos eventos nos sacuden de la inercia, nos damos cuenta de que algo tan pequeño nos daña a todos y puede colapsar hospitales, sistemas de suministro y estructura de producción. Si este evento puede generar una crisis económica que podría superar en escala a la Gran Depresión de la década de 1930, cuánto más debería preocuparnos el Cambio Climático, sabiendo que sus efectos serán mucho mayores.
Meses después de declararse la pandemia, ¿crees que sigue siendo una oportunidad de cambio o que todo volverá como antes?
Eso dependerá mucho de los individuos, las redes y las instituciones, más allá de los gobiernos. Por ejemplo, justo antes de la pandemia publiqué con mi colega Julien Vanhulst un libro sobre el rol de las iglesias, que están presentes donde quiera que exista población humana, y que pueden ofrecer una plataforma para la interconexión de acciones orientadas, tanto para mitigar el cambio climático como a adaptarse mejor a sus impactos ya inevitables. La Iglesia ecuménica (es decir la Iglesia Católica Romana y las más de 350 denominaciones cristianas bajo el paraguas del Consejo Mundial de Iglesias) reúne a casi dos mil millones de personas y se extiende por todo el mundo. Ella podría proporcionar una plataforma “glocal” de escala macro para facilitar el diálogo e integrar estas iniciativas. Hay pocas otras instituciones, por no decir ninguna, que tenga la escala de las grandes instituciones religiosas y una red capilar tan densa, incluyendo su permanencia en zonas de miseria, conflicto y violencia, de donde cualquier empresa sale huyendo a toda velocidad. Esto se ve claramente hoy en día en experiencias como la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) o su “hermana gemela” en la cuenca del Río Congo (REBAC), entre otras.
Apareció un Papa como Francisco que publicó la encíclica Laudato Si, y si bien hay muchos sectores que están en contra, marca un camino a seguir. La campaña de desinversión mundial de energías fósiles estuvo liderada por el Vaticano, la propia Iglesia desinvirtió en combustibles fósiles y tuvo un gran eco. El Movimiento Católico Mundial por el Clima tiene una gran capacidad de movilización y lleva a cabo diversas acciones. Lo anterior coincide con el surgimiento de miles de iniciativas locales y de redes globales de ONG, académicos, movimientos sociales, iniciativas empresariales, entre otras, que buscan impulsar cambios. De todos ellos dependerá si logramos capitalizar la dimensión de oportunidad que presenta la tragedia del COVID-19.
“Una versión ‘transformadora’ del Green New Deal debería ser, al mismo tiempo, redistributiva y apuntar a la reconstrucción y gestión comunitaria de los bienes comunes”.
¿Es el tiempo global para un Green New Deal? ¿Cuáles serían los puntos de acupuntura para avanzar?
El Green New Deal es un gran paraguas bajo la cual se discuten cosas muy diferentes; y la discusión no es nueva. Una versión “conservadora” pondría inversiones masivas en manos de los mismos que hoy producen energías contaminantes para “facilitar la transición”. Pero bajo esta misma premisa, se otorgaron masivamente y sin costo permisos de emisión comercializables desde el Protocolo de Kioto, y en lugar de impulsar una reconversión hacia las energías renovables este dinero fue utilizado para financiar el sostenimiento de los negocios actuales. Hay muchas empresas que dicen ofrecer “energías limpias” a sus consumidores y en realidad sólo compran acciones de empresas de energía renovable subsidiada en otros países, y canalizan la rentabilidad hacia sus unidades de negocio basados en los combustibles fósiles.
Una versión “transformadora” del Green New Deal, en cambio, debería ser, al mismo tiempo, redistributiva y apuntar a la reconstrucción y gestión comunitaria de los bienes comunes. Una mirada de este tipo podría incluir, por ejemplo, una renta universal básica, partiendo de la base de que, según extendidos pronósticos de los efectos de la digitalización masiva con redes 5G, la llamada “industria 4.0” con sus “fábricas inteligentes” y su productividad extrema, no habrá trabajo para todos y que, considerando los avances tecnológicos de las últimas décadas, hoy probablemente ya de por sí se trabaja más de lo necesario. Hay que discutir y analizar bien el contenido de un acuerdo de este tipo.
Un punto para avanzar sería cambiar a energías limpias y de generación comunitaria, en vez de invertir en infraestructuras para conectar con grandes centrales térmicas. También se puede ir creando espacios para el desarrollo de las economías autónomas, donde lo crucial no sea la vinculación con la economía global. Aplicar el principio de subsidiariedad en la gestión: donde las comunidades puedan tomar decisiones de manera autónoma hasta donde sea posible, y sólo delegar a una instancia superior aquellos asuntos caracterizados por la trans-territorialidad.
En América Latina, recientemente se hizo público el Pacto Ecosocial del Sur, promovido por algunos intelectuales vinculados a CLACSO. Este pacto constituye una propuesta orgánica para avanzar hacia una transformación socio-ecológica, que puede servir, como mínimo, como base para el debate público y político. Las cosas no van a cambiar radicalmente por la pandemia de modo automático, pero sí es una ventana de oportunidad para sembrar semillas de cambio interesantes.
Una Ecología Integral
Parte 3. Cada vez más preocupados, algunos pasajeros del tren hacia el Desarrollo se animaron a hacer cuentas y mirar más allá de la locomotora. Con espanto, entendieron que las vías del tren no tenían otro destino que un precipicio. Alertaron a sus compañeros de viaje, pero la mayoría no quería creerlo. ¿Cómo desenganchar los vagones para que no cayeran con la locomotora? La historia sigue abierta…
La crisis ecológica y la crisis social, ¿son dos caras de una misma moneda?
Claramente, ambas crisis están interrelacionadas, no sólo a nivel de sus consecuencias, sino también de sus causas. Esto se ve claramente si miramos, por ejemplo, los flujos financieros y de materiales a nivel global. Siempre está la idea de que el dinero va del norte al sur, a través de inversión extranjera directa, préstamos, ayuda al desarrollo, remesas, etcétera. No obstante, en realidad es al revés, si miramos los flujos financieros a nivel global, por año se van 3 billones de dólares más hacia el norte de lo que llega al sur, a través del servicio de la deuda o la repatriación de beneficios, pero principalmente mediante la evasión impositiva y fuga ilegal. Al mismo tiempo, si nos enfocamos no en las finanzas sino en el flujo de energía y recursos, el Norte global es importador neto en términos materiales desde 1970 (“importador de naturaleza”).
La rueda gira porque el excedente financiero de estos países les permite mantener un modo de vida en sus lugares que no podrían sostener con los recursos que producen dentro. Al mismo tiempo, los países con un déficit financiero se ven forzados a bajar sus estándares sociales, laborales y ambientales, con el consecuente daño a su ambiente y con malas condiciones de vida para una gran parte de su población. Estas consecuencias están empeorando aún más con el cambio climático, pero, como esta interdependencia no se ve, tanto unos como otros aspiran y creen poder lograr este modo de vida insostenible de los países de altos ingresos. Es una carrera hacia el abismo.
“La educación ambiental debería se renombrada como educación socio-ecológica, y no debería ser un curso diferencial, sino transversal a toda la currícula en la educación formal”.
Son claras las evidencias y los datos sobre el cambio climático, pero a veces da la sensación de que no cambia el comportamiento. ¿La educación y la comunicación ambiental deberían trabajarse de otra manera?
Lo que es educación ambiental tiene un grave problema, y es que siempre se dirigió a la conciencia del individuo, mientras que estos problemas son estructurales. Yo puedo hacer una huerta en el fondo de mi casa, pero no podré reemplazar el alimento que necesito todos los días. Las personas en Alemania tienen un alto nivel de conciencia ambiental, pero su nivel de vida es completamente insustentable. Si todos los habitantes del mundo consumieran como un alemán promedio, necesitaríamos tres planetas.
Se le transfiere la responsabilidad al individuo por cambios que son estructurales, bajo la premisa de que influyendo en la psiquis del individuo, se cambiaban sus actitudes y comportamiento, y de este modo, las estructuras macro-sociales. Pero eso no ha ocurrido y no va a ocurrir, porque este enfoque ignora que los individuos están imbuidos en una estructura social, que condiciona su comportamiento. Están insertos en matrices culturales, políticas, económicas que tienen lógicas de funcionamiento propias y condicionan o incluso limitan la libertad de los individuos. Incluso los individuos poderosos, como el presidente de un país, están limitados para impulsar los cambios necesarios. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si el presidente de Bangladesh, de repente decidiera fijar un sueldo mínimo para los trabajadores pseudo-esclavizados de sus fábricas textiles? Las grandes marcas de ropa producirían en otro lado y listo. Hay limitantes estructurales muy fuertes a las opciones de los individuos, sean representantes políticos o simples ciudadanos de a pie.
La educación ambiental debería se renombrada como educación socio-ecológica, y no debería ser un curso diferencial, sino transversal a toda la currícula en la educación formal, ofreciendo perspectivas para una transformación de la civilización insustentable que supimos construir, mostrando ventanas de acción individual y colectiva, política y de acción directa, desde la perspectiva de las distintas disciplinas y sectores de la actividad humana. Además, debería impulsar la creación de “laboratorios sociales” y experimentos prácticos, como la generación de huertas comunitarias en escuelas públicas o la creación de talleres comunitarios con herramientas tradicionales, como máquinas de coser y tornos, hasta herramientas más novedosas, como cortadoras láser o impresoras 3D autorreplicables.
Estas tecnologías intermedias, que pueden ser producidas, mantenidas y reparadas por los usuarios, permitirían cubrir una gran parte de las necesidades primarias de una comunidad, como la producción agroecológica de alimentos, energía distribuida, y maquinaria de uso doméstico y productivo, así como herramientas y piezas de repuesto. Así se podría desacoplar, al menos parcialmente, la satisfacción de necesidades básicas de la locomotora fuera de control del proceso global de acumulación de capital. Es lo que se conoce como economías orientadas a la resiliencia comunitaria, antes que a la maximización de la utilidad privada.
¿Qué es la RUC y de qué trata la diplomatura qué organizan sobre Ecología Integral?
La Red Universitaria por el Cuidado de la Casa Común (RUC) es un conjunto de treinta y siete universidades (de gestión pública y privada, confesionales y laicas), que propone diseñar un programa de acción conjunto para trabajar en el cuidado de “la casa común”, como le llama el Papa Francisco al planeta. La Diplomatura Superior en Ecología Integral es el primer programa de formación lanzado desde la RUC, su “nave insignia”.
La diplomatura apunta a ofrecer herramientas conceptuales para entender el problema y a mostrar salidas, guías para la acción. Por eso, más allá de las universidades de la RUC, la diplomatura tiene organizaciones aliadas que incluyen movimientos sociales, ONGs ambientales, sociales, think tanks políticos, etcétera.
Esperamos un efecto multiplicador, para que quienes la cursen retransmitan el conocimiento y se genere una red de profesionales que entiendan lo social y lo ecológico como dos caras de una misma moneda. Que comprendan la causas y puedan trabajar en diseñar e implementar soluciones; se refuerce una dinámica virtuosa, y se tienda un puente entre la universidad y la sociedad en general, por un lado, y entre nuestros países latinoamericanos y el resto del mundo, por otro. Si el objetivo es generar una masa crítica por una transformación socio-ecológica, nuestra intención es contribuir al menos a la formación de una “levadura crítica”, capaz de hacer leudar la masa.
Fotos: Adrián Beling portada y foto 1, cortesía del autor. Bosque foto 2, jeevan-katel; activista pancarta foto 3, Markus Spiske; puerto foto 4, Tim Shepherd, (Unsplash).