Noelia Centeno: “El gran tabú que tiene la humanidad es la muerte”

Noelia Centeno es una psicóloga que trabaja en los bordes. Ha acompañado procesos de muerte y duelo; ayuda a navegar en profundidades a quienes buscan autoconocimiento, y ha encontrado en las prácticas contemplativas caminos para el florecer de la vida. Pero más allá de su práctica terapéutica, comparte sus reflexiones en libros, talleres y medios de comunicación. En esta entrevista nos ayuda a frenar la vorágine y escuchar las enseñanzas de la muerte. 

Lo primero que llama mi atención es la voz dulce y certera. Luego sus modos y suavidad van introduciendo con sinceridad un tema tabú en occidente: la muerte. Si bien podría decirse que es una psicóloga dedicada a los procesos de la muerte, aclara pronto que está dedicada hoy a la vida.

Noelia Centeno nació en Mendoza (Argentina) y se define como una “Psicóloga que escribe”. Estudió Psicología en la Universidad del Aconcagua, ha realizado estudios en Humanización de la Salud en Buenos Aires y se especializó en Psicooncología en Madrid, donde profundizó en las enfermedades crónicas que repercuten en la conducta humana. También cuenta con un posgrado en Psicoinmunoneuroendocrinología de la Universidad Favaloro. Por años acompañó a pacientes terminales y a sus familias en España y Argentina. Hoy además lleva a cabo terapias de grupo y vinculares, y es profesora de Neurociencias en la Universidad del Aconcagua. 

Como quien roza con los pies las orillas del mitológico río Estige, en diferentes situaciones Noelia acompaña a quienes buscan mirar hacia su interior. Es psicóloga de la muerte y de la vida. A su faceta como profesional de la salud, se suma la comunicación. Participa con frecuencia en medios, y es autora del libro Relaciones en terapia intensiva y de la serie Cuadernos de Psicoterapia. En esta iniciativa ha publicado los títulos: Corazón Roto: Diario de una ruptura amorosa; La muerte de los seres que amamos: Diario de tu duelo, y  Autoamor: Diario de autoestima. Su entrega al universo de la escritura es una forma de brindar herramientas psicoterapéuticas simples para que la Psicología llegue a más lugares. 

Melisa Blanca Tassano: En ocasiones escoger oficios está relacionado con circunstancias vitales. ¿Cuáles fueron esos puntos de giro que te hicieron elegir la Psicología y especialmente el trabajo con la muerte?

Noelia Centeno: No creo que exista alguien dedicado a esta área que no haya tenido una relación directa con la muerte o la enfermedad. Uno comienza a especializarse desde la propia vivencia.

Un punto de quiebre para mí fue una experiencia que viví con una prima hermana muy cercana. A los dieciséis recibió un diagnóstico de cáncer y le dieron dos años de vida. Con mi familia fuimos testigos de ese tiempo, de esa “sentencia”. Durante esa etapa ella logró sus sueños, sus pendientes, y finalmente se entregó al descanso y a la muerte.

Con sólo quince años acompañé lo duro del proceso. Ver que un par, alguien de mi misma edad y con toda la vida por delante, se podía morir fue un quiebre. A los dieciocho ingresé a la Facultad de Psicología y supe que algo iba a hacer con esa experiencia. Empecé a leer y a investigar en profundidad cómo ayudar y acompañar al paciente terminal. 

En el quinto año de la Facultad fui a Buenos Aires a profundizar. Luego viajé a Madrid donde acompañé en un hospital a pacientes con tumores cerebrales operables. 

Años después, a raíz de una experiencia propia en un parto, donde tanto mi hija como yo estuvimos cerca de la muerte, sentí que la muerte y la vida estaban conectadas. Hay dos puntos de unión: el nacimiento y la muerte, en el medio está la vida.

En ese rol de testigo y acompañante, ¿qué mensajes te fue dando la muerte cuando la presenciaste?

Desde mi adolescencia hasta hoy fueron mutando. Para trabajar con estos pacientes, debemos hacer un proceso propio conceptual e interno sobre qué significa la muerte. Desde mi conceptualización, la muerte es sólo el “final de un proceso”, nadie va a poder escapar. El problema está cuando nos concentramos en el final y perdemos de vista el proceso que es la vida. 

Hace cien años, antes de que surgiera el diagnóstico de Cáncer, los pacientes se morían y nadie sabía por qué. Los médicos se desesperaban, no había imágenes diagnósticas y se encontraban sólo con una biopsia final donde veían pelotas que se agarraban a los órganos “como cangrejos” y mataban a las personas. Desde ese momento, quedó la conceptualización, errónea, de vincular necesariamente al cáncer con la muerte.

Cuando una persona recibe un diagnóstico de cáncer, piensa: “Me voy a morir”, con sorpresa, como si todo lo que pensara no tuviera un final. Pero después, cuando se elabora y se comprende que el temor a la muerte impide la conexión con el vivir, aparece un segundo miedo muy profundo y verdadero que es el terror al proceso, con su deterioro y sufrimiento. El miedo final es el dolor. Cuando se pone en manifiesto una enfermedad que puede generar un deterioro, surge la pregunta: ¿Qué sentido va a tener mi vida si no voy a poder disfrutarla porque mi cuerpo, mi templo, no me acompaña a vivir un proceso de bienestar?

A partir del diagnóstico de muerte, se inicia un proceso muy profundo de conexión con aquello que a veces descuidamos o de lo que no tenemos conciencia: la relación entre la salud física y la salud mental. Cómo la energía interior puede llenar a ese templo que es el cuerpo.

El Covid-19 puso en evidencia este miedo de forma colectiva ¿Qué ocurre socialmente con la muerte y con el sufrimiento? ¿Cómo serían las sociedades si se hicieran espacios colectivos para sentir y hablar de la muerte?

El Covid-19 puso en manifiesto algo muy importante: te podés morir mañana. El gran tabú que tiene la humanidad es la muerte. Hablar sobre ella provoca un nudo en el estómago, y la pandemia nos puso a todos en un lugar común. Esa conciencia de muerte generó muchos trastornos mentales.

Este proceso tuvo dos etapas. Ahora estamos en un momento donde la tasa de mortalidad es casi nula y se sospecha que el final de la pandemia está llegando. Sin embargo, en su etapa de  alta tasa de mortalidad, por ejemplo, un paciente mío empezó con los síntomas, fue diagnosticado con una neumonía bilateral y fue internado. Luego de su recuperación, me contó que estaba sentado en su habitación, con su ropa, antes de que lo pasaran a terapia intensiva. En ese momento, mientras se cambiaba pensó: “Quizás esta es la ropa que me pongan para enterrarme”. La conciencia real de la cercanía a la muerte puso en manifiesto para estos pacientes la aceptación de una muerte digna, e incluso muchos armaron videos de despedida.

Por otro lado, la pandemia agravó el duelo de los familiares porque no pudieron despedirse. No pudieron ni ver ni ritualizar la despedida. Quien se queda precisa un ritual para que la cabeza procese el “nunca más”. Hay muchos rituales para poder desapegarse de la energía, del cuerpo, del lugar que ocupaba en el propio cuerpo esa persona que ya no está viva.

La muerte no mata al amor, sino que lo posterga. Nos sostiene la ilusión de pensar que alguna vez podremos volver a desplegar ese amor por quien ya no está.

Mencionas a la muerte digna. ¿Qué opinión tienes sobre la eutanasia, que genera debates y sobre el cual ya hay países que están legislando? 

Lo más importante es que la eutanasia no es un suicidio, se da en un contexto de enfermedad física deteriorante, incapacitante y dolorosa, que probablemente termine en la muerte. Hay personas que piensan que uno es cómplice de un suicidio, pero no hay ninguna relación con ello. La eutanasia se vincula con poder elegir cómo vivir. Más que morir dignamente es elegir vivir dignamente. Poder elegir darle el final al proceso de una forma pensada, asistida y consensuada y acordada con los familiares. 

El ritual de despedida está y el proceso de acompañamiento para ellos es un acto de amor y libertad. Nadie que ama desea ni puede sostener el sufrimiento del otro. Retirarse a tiempo, aprender a irse de cualquier proceso de malestar es un acto de plena conciencia y de libertad del ser humano. 

¿Quien piensa “me voy a morir” se acerca más a hacer sentido a la realidad o a hacer cambios para vivir de otra manera?

Sí y no. Quienes tienen una cercanía con la muerte y no han hecho nunca un ejercicio interior intentan, durante la  temporalidad del tratamiento, mejorar su calidad de vida, pero son pocos quienes perduran con esa mentalidad. Lo realmente importante es preguntarse cómo vivir mejor, realizar un trabajo interior conectando con la finitud de la vida para que toda esa energía ayude a trascender.



Respecto de la verdadera conexión con la autenticidad, en el libro Lecciones de vida de Elisabeth Kübler Ross (psiquiatra suizo-estadounidense)aparece una fascinante historia de una paciente suya. La mujer va manejando bajo la lluvia, ve a un auto que no para y se acerca a ella. En cuestión de segundos, agarra el volante fuerte y piensa que va a morir. Instantes después, cuando el accidente ocurre y los bomberos la sacan, la encuentran en shock, pero ilesa, con el auto destruido. Le preguntan qué hizo y ella responde “Al principio me agarré fuerte, con miedo, luchando contra la muerte y después, en un instante, me dije me voy a morir y lo solté, me solté relajada”. El cuerpo relajado evitó la resistencia y salvó su vida.

El paciente moribundo suelta el cuerpo, el cuerpo le pesa y lo deja ir. Empieza una liviandad interior que es el proceso de dignidad de la muerte.

Como psicóloga de la vida y desde tu exploración de la escritura terapéutica, ¿por qué crees que escribir puede ser una herramienta para la búsqueda interior?

A veces no sabemos cómo llegar al interior. Muchos leen, otros meditan, otros escriben. La unión de todas estas herramientas nos conecta con eso que a veces en el ruido cotidiano pasa desapercibido; nos ayuda a frenar el piloto automático.

Creo que nuestra vida transcurre a través de fotos mentales. Un álbum interno que se maquilla acorde a nuestro estado anímico. No podemos modificar el pasado ni anclarnos ahí, pero la escritura nos permite cambiar el cuento que nos contamos.

La escritura expresiva, por ejemplo, mejora el sistema inmune, modula las emociones y le saca dramatismo al orden de lo traumático que se imprime a veces en nuestro interior. Si ponemos ese monstruo enorme que vemos en una hoja y lo cuestionamos y comparamos con la foto, es muy probable que notemos que no todo era tan terrible como pensábamos. La escritura posibilita eso, tomar distancia. Esa es su magia.

Créditos fotográficos: Foto 1: Noelia. Cortesía de la entrevistada. Portada: Uwe Conrad; Foto 2: K-Mitch-Hodge; Foto 3: AnnE el (Unsplash); Foto 4: Pexels.

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